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Querido Juan, Esta mañana me preguntaba si toda esta experiencia tiene un propósito mayor en nuestras vidas porque mi corazón ni mi mente pueden comprender que el ser humano pueda sufrir y hacerse tanto daño. Pensé si esto era parte de un plan maestro, de un sacrificio de amor tuyo para enseñarnos compasión, fe, perdón, humildad, entrega. El alma encarna con un propósito de aprender y experimentar para su crecimiento y evolución. No es un trabajo independiente de otras almas, necesitamos de otros para vivir y crecer ya sea en sociedad o en aislamiento porque el aprendizaje es individual, grupal y colectivo. Todo lo que hace una persona, un animal, un elemento de la naturaleza, un planeta, una gota de agua tiene un efecto multiplicador en otros aunque no nos demos cuenta. Todo es energía y estamos conectados a ella, de hecho, si no existiera esa energía tampoco nosotros existiríamos. Si tú no existieras, yo, tu hermana, sería otra. No sé si estoy buscando una justificación a todo esto.
Querido Juan, Recuerdo muy bien cuando empezó la Guerra del Golfo . Yo vivía con mami y papi, tenía 24 años y tú 32. Era de noche, quizás entre 9 y 10 pm porque mi lámpara de noche estaba prendida.  Era 1991 y yo estaba hablando por teléfono con mi mejor amiga. Mi televisor estaba prendido con el volumen bajito mientras chachareaba por teléfono, no recuerdo qué estaba viendo. Escucho que entra un aviso de llamada en espera en el teléfono y puse a mi amiga en espera en lo que contestaba la 2da línea. Era mi madrina avisándonos que la guerra había comenzado, inmediatamente cambié el canal para buscar noticias y efectivamente, la programación había sido interrumpida y estoy casi segura que fue el periodista Peter Jennings quien estaba dando la noticia que la guerra había comenzado. Recuerdo la imagen en la televisión, era de noche o madrugada en Kuwait y se veía cientos de cohetes volando por el cielo, la imagen un poco granosa típica de la tecnología que se usa para ver en la oscuridad.
Querido Juan, Hoy me llamaste temprano en la mañana. Llevas días bebiendo sin parar, estabas delirando otra vez, hablando incoherencias sin poder escucharme. Traté de calmarte, no sabía que más hacer porque sabía que estabas solo, tu esposa se fue de viaje otra vez a ver a ¿su familia?. Comencé a caminar por la casa con el teléfono en la mano, con el llanto estancado en la garganta, como la correntía de agua buscando salir entre ramas y árboles tirados en el suelo sin saber a dónde ir a parar.  No vas a recordar este episodio, pero yo sí. Tengo tu llanto grabado en mi mente, tu desconsuelo de criatura perdida porque estabas solo en la casa todavía vibra en mi alma. Me destruyó escucharte delirar por teléfono, gritando mi nombre y yo tan lejos de ti. ¡Tanto dolor, tanta soledad! Tuve que ir a la habitación de mami y tomar su teléfono para llamar a la línea de emergencia de veteranos mientras te manteníamos conectado en el mío. Tu madre, nuestra madre, te escuchaba gritar mientras yo le
Querido Juan, El tiempo pasa y tu situación va empeorando. Tú, a quien adoro con todo mi corazón, estás desintegrándote poco a poco frente a nuestros ojos y cada día las opciones de ayudarte se hacen más escasas. La crueldad del alcoholismo pesa sobre todos nosotros. A veces me pregunto hasta cuándo tu cuerpo aguantará tanto daño, tanto dolor. Tú has dicho que tienes más vidas que un gato, pero, mi amor, ya todas las has quemado, solo te sostiene el hilo de desesperanza y crueldad hacia ti mismo. Me pregunto qué hubiese pasado si hubiéramos intervenido a tiempo con fuerza, pero de nuevo, cuántas conversaciones tuvimos contigo para que buscaras ayuda, que tuvieras cuidado. Tu terquedad y negación eran inquebrantables. Miro tu camino hasta hoy y puedo ver el poco apoyo y dirección que tuviste cuando llegaste de la guerra del Golfo Pérsico. No querías que nadie te preguntara sobre eso, te tenían prohibido hablar sobre lo que pasó, querías escapar del horror que violentó tu sensibilidad y